Pablo Yanguas
De la defensa territorial a la seguridad naval.
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Los buques Patiño, Galicia y Pizarro y la fragata Almirante Juan de Borbón transportando 570 soldados españoles para unirse a la operación de paz de la ONU en el sur de Líbano, 2006.
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140.000 tropas en activo, 34 países aliados, cero enemigos. Independientemente de la eficacia y profesionalidad de las Fuerzas Armadas -e independientemente del alto grado de confianza pública que despiertan- ha llegado la hora de reconocer que el aparato militar español es ineficiente. Es demasiado grande para la defensa nacional, especialmente cuando la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), la Unión Europea (UE) y la creciente interdependencia con los países de la ribera sur del Mediterráneo hacen que la posibilidad de una guerra convencional sea más remota que nunca en la historia de España. El problema es que también es demasiado grande para la escasa voluntad real -y no sólo retórica- que tiene el país de participar en la seguridad internacional.
Un papel internacional tímido
España despliega un porcentaje sorprendentemente pequeño de sus Fuerzas Armadas en operaciones internacionales. Actualmente la contribución española a misiones de la ONU, UE y OTAN se limita a algo menos de 3.000 efectivos repartidos entre 8 misiones. Es aproximadamente el mismo número de tropas que contribuye un país como Canadá, que sin embargo tiene unas fuerzas armadas de tan sólo 60.000 efectivos. En términos relativos, España aporta a la comunidad internacional tan sólo un 2% de sus Fuerzas Armadas.
Existen dos motivos, uno logístico y otro político, para esta contribución tan pequeña. Desde el punto de vista logístico, España simplemente no es capaz de desplegar la mayor parte de sus medios militares en teatros de operaciones lejanos, debido a una escasa capacidad de transporte estratégico que le obliga a depender de contratistas privados o de aliados como Estados Unidos. Esto afecta especialmente a los blindados y la artillería del Ejército de Tierra, que se ven anclados al territorio nacional a pesar de la ausencia de enemigos convencionales.
Desde el punto de vista político, los despliegues internacionales de España están constreñidos por un Congreso de los Diputados excesivamente adverso a los riesgos intrínsecos de las operaciones militares. En Afganistán (la primera ocasión en que el principio de mutua defensa de la OTAN se ha invocado en la práctica), la contribución española a la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad ha crecido muy lentamente: desde unos escasos 350 efectivos en 2002 hasta los 1.500 autorizados actualmente. Esto convierte a España en el noveno mayor contribuyente de tropas en términos absolutos, pero el vigésimo octavo en términos relativos de soldados por cada millón de habitantes. Mucho más cerca, en Libia, España contribuyó a la Operación Protector Unificado de la OTAN con tan sólo seis aeronaves (menos que Dinamarca) y dos buques (menos que Canadá).
El principal problema, no obstante, es que estas pocas tropas se despliegan con mandatos demasiado restrictivos: una timidez que no sólo no está justificada en vista de una opinión pública favorable a las operaciones humanitarias, sino que de hecho socava la credibilidad de España frente a sus aliados. En Afganistán las tropas españolas se han desplegado lejos de las regiones más peligrosas, con tareas y objetivos centrados en la reconstrucción y el apoyo logístico, y cuando llegó el momento de asumir mayor responsabilidad España intentó -sin éxito- hacerse con el mando de la provincia menos problemática. Esta actitud ha generado malestar en Estados Unidos, por ejemplo, donde se cuestiona el compromiso de aliados que invocan “excepciones nacionales” cuando lo que la misión requiere es combatir.
Una gran estrategia
El actual desajuste entre el tamaño de las Fuerzas Armadas y su escasa relevancia nacional e internacional exige una de dos respuestas: una drástica reducción en la cantidad de tropas y equipamiento, o una revisión fundamental de las ideas que justifican su tamaño actual. Hace falta una nueva estrategia: una línea de pensamiento y actuación coordinada que conecte la estructura de fuerzas con los desafíos a los que se enfrenta el país.
Frente al enfoque convencional de las actuales Estrategia Española de Seguridad y Directiva Nacional de Defensa, quizás haya llegado la hora de afrontar el problema de la defensa con mayor creatividad y una cierta audacia. Existe todo un abanico de posibles enfoques para la defensa española en el siglo XXI: desde la virtual disolución de las Fuerzas Armadas hasta la asunción de un compromiso militar internacional semejante al de Francia o Reino Unido. Entre todas las opciones, no obstante, probablemente la más factible sea una estrategia orientada hacia la seguridad de los mares, centrada en asegurar las líneas de comunicación marítima y facilitar el despliegue de operaciones anfibias en países en conflicto.
La reorientación naval de las Fuerzas Armadas tiene sentido por varias razones. En términos económicos, España tiene la mayor flota pesquera de Europa, recibe el 85% de sus importaciones y envía el 60% de sus exportaciones por vía marítima, y aún alberga un importante sector de construcción naval que necesita ser revitalizado. En términos de legitimidad global, la lucha contra la piratería es uno de los principios universales más antiguos del derecho internacional, mientras que las intervenciones humanitarias que promueve la responsabilidad de proteger a menudo dependen de la disponibilidad de medios militares anfibios. En términos de relaciones internacionales, por último, el desarrollo de una capacidad nicho como es la seguridad marítima puede favorecer una cooperación más eficiente con países aliados.
España partiría con ventaja a la hora de transformarse en una verdadera potencia naval: dispone de una extensa costa, numerosos puertos y una situación geográfica envidiable con acceso tanto al Atlántico como al Mediterráneo; la Armada española es una de las pocas del mundo que cuenta con buques de proyección estratégica, tanto portaaeronaves como anfibios; y de hecho la especialización internacional en esta dirección ya ha dado sus primeros pasos, mediante la participación de la Brigada de Infantería de Marina en el Grupo de Combate Anfibio de la Unión Europea.
En lugar de proteger el territorio nacional contra enemigos inexistentes, las Fuerzas Armadas españolas podrían especializarse en combatir la piratería, proteger las arterias del comercio global y facilitar intervenciones aliadas en crisis humanitarias. En los océanos podría encontrar España una justificación para 140.000 tropas en activo.
En lugar de proteger el territorio nacional contra enemigos inexistentes, las Fuerzas Armadas españolas podrían especializarse en combatir la piratería, proteger las arterias del comercio global y facilitar intervenciones aliadas en crisis humanitarias. En los océanos podría encontrar España una justificación para 140.000 tropas en activo.
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