1 feb 2013

España. La encrucijada estratégica


España, en lo tocante a su seguridad y defensa, ha oscilado entre el buenismo ramplón y la confianza en que los otros, nuestros aliados, sea Estados Unidos, la OTAN o la UE, corran en nuestra ayuda en caso de necesidad. Desgraciadamente, como ya ha tenido tiempo de enterarse el nuevo gobierno del PP, ni en el mundo son todos amigos, ni las alianzas son el paraguas que eran.
 
España se encuentra ante una encrucijada estratégica: rechazado el buenismo de los años de Zapatero por ingenuo y peligroso, el actual gobierno no puede ni debe intentar volver a la actitud tradicional de que nuestra seguridad venga de la mano de nuestros aliados. España se tiene que enfrentar sola a sus retos. Y tiene que hacerlo en un ambiente complicado, lleno de incertidumbres y con unos medios y recursos escasos y en disminución.
 
Tras seis meses devorados por la crisis económica, es imperativo que el gobierno de Mariano Rajoy siente ya las líneas de su actuación estratégica en materia de seguridad y defensa. Hay tres poderosas razones para no demorarse más:
 
1.- El mundo en el que se mueve España es crecientemente preocupante en términos de seguridad.
 
Mientras que el anterior gobierno socialista podía ampararse en que Irak se estabilizaba y Afganistán se mantenía bajo control, hoy ambos escenarios alimentan el pesimismo. Por un lado, la retirada precipitada de las tropas americanas de Irak ha permitido el renacer de la violencia terrorista y tribal en aquel país, poniendo en cuestión los logros de todos estos años; y en Afganistán, pese al compromiso retórico de los aliados, todo apunta a la renuncia de los objetivos establecidos para la misión allí y a la preparación y gestión de una retirada suave.
 
Otros asuntos estratégicos vitales, como el programa nuclear iraní, lejos de encontrarse en vía de solución presenta hoy más inquietudes que nunca antes a medida que Teherán se acerca al momento de decidir si pasa a construir su primera bomba atómica.
 
Igualmente, la promesa de una Rusia constructiva y cooperante con el mundo occidental ha quedado en suspenso toda vez que la política de Putin se orienta a sacar ventaja de las dificultades de los Estados Unidos y sus aliados.
 
Finalmente, y mucho más próximo a nosotros, la esperanza de cambio en el Norte de África y Oriente Medio en la llamada “primavera árabe” ha traído más inestabilidad e incertidumbres que apertura y tolerancia. La ola de islamismo sacude en realidad toda la región y los cambios auguran poco bueno allí donde son relativamente pacíficos, como en Egipto o dónde se alcanzan por medio de una desatada violencia, como en Libia. La situación de guerra abierta en Siria tampoco resulta esperanzadora para la estabilidad de la zona.
 
Sería una tremendo ejercicio de ingenuidad que el gobierno del PP se planteara la defensa de España como si nada estuviera ocurriendo a nuestro alrededor e ignorando los riesgos crecientes que se ciernen en nuestro entorno cercano y lejano.
 
2.- Las garantías de la seguridad colectiva están en entredicho.
 
España ha hecho reposar sus garantías de seguridad en tres pilares, la relación bilateral con Norteamérica; la pertenencia a la OTAN; y la UE y su desarrollo de una política de seguridad y defensa. Ninguno de estos tres elementos goza de la credibilidad que tenían a la hora de hacer frente a los riesgos a los que se enfrenta nuestro país.
 
Por un lado, los Estados Unidos bajo Obama se han desentendido progresivamente de sus aliados europeos y su nueva orientación estratégica, plasmada en las nuevas directrices de defensa de comienzos de este año, hace bascular su atención a la cuenca del Pacífico en detrimento del vínculo transatlántico. Su liderazgo en el seno de la OTAN quedó seriamente mermado durante las acciones bélicas en Libia al optar Washington a “liderar desde atrás”. Los recortes previstos por la actual administración en el presupuesto del Pentágono no harán sino reforzar estas tendencias de retraimiento y búsqueda de nuevas alianzas regionales más allá de Europa.
 
La OTAN, agotada por Afganistán y dividida tras la operación en Libia, donde sólo participaron una minoría de sus miembros, también da prueba de una creciente falta de solidaridad colectiva. Las divergencias estratégicas se acentúan y los ajustes y la austeridad ante la crisis económica ahonda en la supeditación de lo colectivo a lo puramente nacional. Iniciativas como la adoptada en la reciente cumbre de Chicago, como la smart defense, sólo son propuestas para enmascarar la realidad de la caída de las capacidades de defensa de la Alianza.
 
Por último, la ambición de la UE de dotarse de una identidad autónoma y propia de seguridad y defensa choca en la actualidad con la escasez de recursos y la disminución real de todos los instrumentos de defensa de los Estados miembros.
 
Por tanto, sería una irresponsabilidad por parte de nuestros dirigentes nacionales hacer reposar la defensa de nuestros intereses en el paraguas que nos puedan ofrecer nuestros socios y aliados.
 
3.- Los ejércitos españoles no se encuentran preparados para las posibles contingencias que se nos pueden presentar.
 
Las Fuerzas Armadas españolas se encuentran bajo una doble tesitura: por una parte han acumulado una serie de recortes en sus presupuestos que no sólo desequilibra el gasto militar (con más de un 70% destinado a pagar al personal en este año) sino que imposibilita la necesaria modernización de todos los sistemas que resultan hoy más prometedores para hacer frente a los escenarios de actuación más previsibles. Por ejemplo, sobran carros de combate y es de lamentar la carencia de UAVs; por otra, los ejércitos se han orientado a las llamadas misiones de paz porque estaban bien vistas y consideradas social y políticamente en claro detrimento de otras misiones de combate que hoy si son necesarias aunque solo lo fueran para asegurar un nivel de disuasión mínimo.
 
La actitud tradicional -y corporativa- de los mandos militares de preservar plataformas y estructuras ha llevado a que los niveles de alistamiento de nuestras unidades se encuentren hoy peligrosamente bajo mínimos. Noticias como las del portaaviones Príncipe de Asturias con un presupuesto de operaciones que sólo le permite navegar doce días al año, son altamente preocupantes. Como también lo es la falta de recursos para mantener la flota de helicópteros, entre otras muchas cosas.
 
La austeridad y la defensa
 
El gobierno debe ser consciente, por tanto, de que se enfrenta a una situación de auténtica ruptura estratégica que no permite abordar los temas de seguridad y defensa con normalidad: los riesgos crecen a nuestro alrededor; la solidaridad de nuestros aliados, así como su capacidad para ayudarnos llegado el caso, se desvanecen; y las carencias de nuestros ejércitos aumentan la vulnerabilidad.
 
Es responsabilidad primaria del gobierno garantizar la seguridad y defensa de todos los españoles. También en tiempos de crisis y políticas de austeridad. Dada la actual coyuntura económica y lo largo y difícil que se prevé que sea la salida de la crisis, sería ingenuo e irresponsable aspirar a que el gasto en defensa aumente, por bajo que éste sea en comparación con nuestros aliados y países del entorno. Ahora bien, el gobierno debe dejar firmemente sentado su compromiso con la defensa y no forzar mayores recortes. No al menos sin una profunda revisión del sistema de defensa que hoy tenemos; pero, igualmente, el previsible escenario de estabilidad del gasto militar debe llevar la contrapartida de que los ejércitos abandonarán su inclinación a planificar sobre la base de una recuperación presupuestaria a medio plazo. Ni se puede volver al 2% en el gasto de defensa ni unas Fuerzas Armadas pensadas para ese 2% se pueden sostener con un 0’7% o un 1% del PIB.
 
Es urgente y necesario un ejercicio de realismo tanto en la esfera política como en la militar. Cuando contar con el dinero requerido es imposible, las estructuras y las tareas deben modificarse en consecuencia. Lo contrario son unas fuerzas armadas de escaparate pero poco o nada operativas. Y eso no es lo que necesita España en la actualidad.
 
La urgencia impide que el gobierno pueda plantearse un ejercicio como la revisión estratégica de la defensa, una promesa electoral dicho sea de paso. Pero debe dejar constancia de la nueva visión sobre riesgos y capacidades nacionales en el documento más importante que afecta a nuestra defensa, la Directiva de Defensa Nacional firmada por el Presidente de Gobierno.
 
Ahí se debe dejar claro cómo piensa enfrentarse a los retos estratégicos, qué piensa hacer para resolver los acuciantes problemas de financiación y operatividad que aquejan a nuestros ejércitos y dejar sentados cuáles son las directrices que informarán las reformas que deben acometer los militares. En sus estructuras, en su orgánica, en sus adquisiciones y en su orientación operativa.
 
En segundo lugar el gobierno debe poner en marcha con carácter urgente y especial el entramado institucional de seguridad nacional del que carece nuestro país. El Presidente de Gobierno debe contar con un Consejo de Seguridad Nacional y un asesor de seguridad nacional que no sólo le mantenga alerta sobre lo que sucede y afecta a nuestra seguridad, sino que coordine y supervise la acción de todos aquellos órganos de la administración que contribuyen a la seguridad de España.
 
Nuestro país es muy dado a comenzar la casa por el tejado y el anterior gobierno elaboró una Estrategia Española de Seguridad que no pasó de ser puro papel mojado. España no necesita ahora de más documentos que no se ponen en práctica. Lo que sí necesita es el instrumento con el que garantizar el máximo nivel de seguridad. La conceptualización puede y debe esperar.
 
España es hoy vulnerable por su debilidad interna y porque los riesgos tienden a acumularse fuera. Ignorarlo es pura irresponsabilidad. Pero reforzar nuestra seguridad nacional no puede hacerse recurriendo a viejas recetas porque ni el entorno colectivo ni los recursos nacionales lo permiten. Es necesaria una ruptura estratégica, pensada y meditada. Por eso es tan importante que Mariano Rajoy no se equivoque en su primer gran documento doctrinal, la Directiva de Defensa Nacional.

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