El Círculo de Cambridge, fue un grupo británico de espías, reclutados por la Unión Soviética en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. En la antesala de la Segunda Guerra Mundial hasta la Guerra Fría en el siglo XX: Sus protagonistas fueron: Anthony Blunt, Kim Philby, Donald Maclean, Guy Burgess y John Cairncross. Estos agentes se infiltraron en lo más profundo y secreto de la sociedad Británica.
Nacido en Bournemouth, hijo de un clérigo, pasó parte de su infancia en París, una experiencia que le marcaría de por vida. De vuelta a Inglaterra, ingresó en Cambridge, donde su carrera estudiantil fue notable. En 1939 se unió a la armada británica, y sirvió como oficial en Francia hasta que fue invadida por los alemanes. De vuelta en Inglaterra fue trasladado al Servicio Secreto M15. A menudo se sentó en el Comité de Inteligencia, tuvo acceso a los informes de los servicios secretos y estaba en la lista de distribución del material Ultra, que detallaba los códigos alemanes descubiertos por los británicos, material que hizo llegar al KGB.
Anthony Blunt (1907- 1983) fue el más aristocrático de los espías de Cambridge. Pariente lejano de la reina y tenía a su cargo las colecciones artísticas de la familia. Consiguió una gran reputación internacional como experto en arte francés, y fue director del Courtauld Institute y profesor de Historia del arte en la Universidad de Londres. Fue ordenado caballero en 1956.
Tras acabar los estudios, Blunt se puso a trabajar como profesor de Francés, y en 1932 se convirtió en miembro del College y mas tarde en Profesor de Bellas Artes de la Universidad de Cambridge. Después de viajar a Rusia en 1933 fue reclutado por la NKVD, antecesora del KGB. En 1939, al comenzar la II Guerra Mundial, se alistó el en Ejército Británico y, un años después entró en el MI5, lo que le dió todas las facilidades para enviar informes secretos del espionaje británico y de la oficina de exteriores a Moscú. Su respetabilidad intelectual y su cercanía a la realeza le ayudaron a permanecer impune durante un tiempo y a seguir operando como agente doble hasta los tiempos de la Guerra Fría. En realidad, la inteligencia británica descubrió que Anthony Blunt desarrollaba actividades de espionaje para los rusos en 1964, cuando seguros ya de que él era el hombre que buscaban, los servicios secretos le garantizaron inmunidad a cambio de su confesión y de una información completa sobre la red donde operaba. Blunt cantó. No obstante, una vez desactivado como espía y dada su proximidad a Isabel II, fue autorizado a seguir con su honorable vida y su trabajo como si no pasara nada. Aunque la reina fue informada, no lo fue el primer ministro de la época, sir Alec Douglas-Home.
Sin embargo, alguien en el M15 reveló todos los detalles de su historia, a excepción de su nombre, al escritor Andrew Boyle, quien publicó en 1979 el libro The Climate of Treason. El protagonista se llamaba Maurice. El escándalo provocado por el libro llegó a la Cámara de los Comunes, que exigió conocer la identidad de aquel Maurice. Margareth Thatcher desveló la x de la ecuación, lo que aumentó el eco del escándalo. Blunt fue inmediatamente despojado de sus privilegios y murió tres años después, repudiado y en desgracia.
Sólo a raiz de hacerse público el caso en 1979, Sir Anthony Blunt fue desposeído de su título por Margaret Tatcher y desposeido del Trinity College. Él mismo dimitió de la Royal Academy londinense y sufrió el desprecio y la humillación de la clase política, la intelectualidad y la aristocracia británica. Ante la opinión pública de su país, se convirtió en el paradigma del traidor.
En sus últimos años, Anthony Blunt sufrió el ostracismo total, pero vivió en paz con su amante John Gaskin en Londres. Nunca quiso abandonar Inglaterra. Murió de un infarto en 1983.
Sin embargo, alguien en el M15 reveló todos los detalles de su historia, a excepción de su nombre, al escritor Andrew Boyle, quien publicó en 1979 el libro The Climate of Treason. El protagonista se llamaba Maurice. El escándalo provocado por el libro llegó a la Cámara de los Comunes, que exigió conocer la identidad de aquel Maurice. Margareth Thatcher desveló la x de la ecuación, lo que aumentó el eco del escándalo. Blunt fue inmediatamente despojado de sus privilegios y murió tres años después, repudiado y en desgracia.
Sólo a raiz de hacerse público el caso en 1979, Sir Anthony Blunt fue desposeído de su título por Margaret Tatcher y desposeido del Trinity College. Él mismo dimitió de la Royal Academy londinense y sufrió el desprecio y la humillación de la clase política, la intelectualidad y la aristocracia británica. Ante la opinión pública de su país, se convirtió en el paradigma del traidor.
En sus últimos años, Anthony Blunt sufrió el ostracismo total, pero vivió en paz con su amante John Gaskin en Londres. Nunca quiso abandonar Inglaterra. Murió de un infarto en 1983.
Por tanto el 15 de noviembre de 1979 la primera ministra británica, Margaret Thatcher, desvelaba solemnemente en sede parlamentaria la identidad del “cuarto hombre” de la red de espionaje al servicio de la Unión Soviética que se conocía como círculo de Cambridge: era nada menos que sir Anthony Blunt, prestigioso historiador del arte, asesor de la Reina en este campo y uno de los más reputados miembros de la elite intelectual.
¿Qué es lo que había llevado a un personaje como Blunt, investigador y erudito, profesor reconocido internacionalmente, hombre de gustos selectos y modales exquisitos, a embarcarse en aquella aventura y, por decirlo en los términos brutales de la prensa tabloide, a “traicionar a su patria”? Más aún, en la medida en que no era el único caso, ¿cuáles eran las razones por las que un distinguido sector del establishment había seguido la misma trayectoria? A contestar esta pregunta, más allá de descalificaciones y maniqueísmos, se consagra esta minuciosa investigación de la periodista e historiadora Miranda Carter.
Empieza, como no podía ser menos, por el ambiente familiar y educativo en la Inglaterra de comienzos del siglo XX, profundamente marcada por el espíritu victoriano.. Hallamos así a la arquetípica familia inglesa de clase media, devota y austera (el padre, estricto pastor evangélico) que educa a sus hijos en la moral pía y adusta, la absoluta contención y el sometimiento. Encontramos después el no menos típico colegio caracterizado por su rigidez extrema,
La respuesta a ese medio del Anthony Blunt inmaduro no se aparta un ápice de lo predecible: devoto de su madre, cuando no estaba ante ella “bebía, fumaba, era implacablemente antirreligioso, homosexual sin ambages y contrario a la moralidad y los valores maternos”. En la misma medida, el represivo ámbito escolar, que se prolonga luego en la Universidad de Cambridge
En ese marco se despierta la precoz atracción de Anthony Blunt hacia el arte en general y la pintura europea en particular, tanto clásica como moderna, con dos nombres señeros (Poussin y Pablo Picasso), a los que guardará fidelidad en forma de rendida admiración toda su vida. Llega a ser con apenas veinte años un protegido de Bloomsbury: de la mano de George Rylands, traba contacto con Michael Redgrave, Julian Bell y, posteriormente, John M. Keynes y Lytton Strachey.
En torno a 1933-34, en los que se desvanecía su fe en Bloomsbury, Blunt, hasta entonces ajeno a la política, encuentra gracias a Burgess y otros compañeros (Kim Philby, Donald Maclean) una fe alternativa: el marxismo. Los cuatro nombres citados constituirán el famoso círculo de Cambridge.
Lo que supuso esa doctrina para los jóvenes británicos de la época es difícil de resumir en pocas palabras, pero Miranda Carter realiza un brillante ejercicio de síntesis. En términos simplificados, el marxismo proporcionaba respuestas y tranquilidad pero, más aún, se adecuaba a las profundas necesidades psicológicas de aquellos clasistas satisfechos y avergonzados a un tiempo. El gran atractivo de afiliarse al partido comunista era la vaga idea de expiación o sacrificio para conseguir la redención o, en términos individuales, la manera de lograr la autorrealización personal mediante la renuncia a uno mismo.
Las coordenadas políticas de la época hicieron el resto: avance imparable de los fascismos en Europa, actitud pusilánime de las democracias y, sobre todo, el impacto de la guerra civil española,
En 1937 Blunt dio el paso que se esperaba de él: aceptó trabajar en secreto para los soviéticos.
Empieza, como no podía ser menos, por el ambiente familiar y educativo en la Inglaterra de comienzos del siglo XX, profundamente marcada por el espíritu victoriano.. Hallamos así a la arquetípica familia inglesa de clase media, devota y austera (el padre, estricto pastor evangélico) que educa a sus hijos en la moral pía y adusta, la absoluta contención y el sometimiento. Encontramos después el no menos típico colegio caracterizado por su rigidez extrema,
La respuesta a ese medio del Anthony Blunt inmaduro no se aparta un ápice de lo predecible: devoto de su madre, cuando no estaba ante ella “bebía, fumaba, era implacablemente antirreligioso, homosexual sin ambages y contrario a la moralidad y los valores maternos”. En la misma medida, el represivo ámbito escolar, que se prolonga luego en la Universidad de Cambridge
En ese marco se despierta la precoz atracción de Anthony Blunt hacia el arte en general y la pintura europea en particular, tanto clásica como moderna, con dos nombres señeros (Poussin y Pablo Picasso), a los que guardará fidelidad en forma de rendida admiración toda su vida. Llega a ser con apenas veinte años un protegido de Bloomsbury: de la mano de George Rylands, traba contacto con Michael Redgrave, Julian Bell y, posteriormente, John M. Keynes y Lytton Strachey.
En torno a 1933-34, en los que se desvanecía su fe en Bloomsbury, Blunt, hasta entonces ajeno a la política, encuentra gracias a Burgess y otros compañeros (Kim Philby, Donald Maclean) una fe alternativa: el marxismo. Los cuatro nombres citados constituirán el famoso círculo de Cambridge.
Lo que supuso esa doctrina para los jóvenes británicos de la época es difícil de resumir en pocas palabras, pero Miranda Carter realiza un brillante ejercicio de síntesis. En términos simplificados, el marxismo proporcionaba respuestas y tranquilidad pero, más aún, se adecuaba a las profundas necesidades psicológicas de aquellos clasistas satisfechos y avergonzados a un tiempo. El gran atractivo de afiliarse al partido comunista era la vaga idea de expiación o sacrificio para conseguir la redención o, en términos individuales, la manera de lograr la autorrealización personal mediante la renuncia a uno mismo.
Las coordenadas políticas de la época hicieron el resto: avance imparable de los fascismos en Europa, actitud pusilánime de las democracias y, sobre todo, el impacto de la guerra civil española,
En 1937 Blunt dio el paso que se esperaba de él: aceptó trabajar en secreto para los soviéticos.
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